¿LA PSICOLOGÍA HUMANISTA COMO PSEUDOCIENCIA?
Ramón Rosal Cortés – Ana Gimeno-Bayón
Doctores en Psicología
Directores del Instituto Erich Fromm de Psicoterapia Integradora Humanista
Barcelona, 8 de diciembre de 2018
1. La situación actual y la credibilidad de algunos modelos de psicoterapia
Ante algunos acontecimientos recientes, que lógicamente han alarmado a la comunidad científica, y en los que se cuestiona la validez de la Psicología Humanista y las psicoterapias encuadradas en este paradigma, y que corren el peligro de ser tildadas de “pseudociencias” (Plan para la protección de la salud frente a las pseudoterapias, presentado por parte de los Ministerios de Sanidad, Consumo y Bienestar Social y el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades , presentado el pasado 14 de noviembre) queremos manifestar nuestras reflexiones en torno al tema. Dado que la justificación que alega ese plan es que algunos modelos o metodologías de la Psicología o Psicoterapias Humanistas no reúnen los requisitos científicos de evidencia empírica, este será el foco que centrará la atención de este escrito.
Al querer proteger a la ciencia de sus posibles falsificaciones, habría que evitar dar la impresión de que se presupone que solo hay un modelo válido de ciencia: el modelo vigente y casi exclusivo en el mundo académico español. El modelo de ciencia psicológica y psicoterapéutica que constituyó una aportación valiosa de la corriente conductista que tuvo casi el monopolio en las Facultades de Psicología en España más o menos hasta los años sesenta del pasado siglo y que posteriormente ha sido sucedido por el modelo cognitivo-conductual. Este último ha logrado captar y respetar mucho mejor que el conductista la complejidad del psiquismo humano: no ha pretendido reducir los procesos psíquicos a procesos fisiológicos. La principal y casi única herencia que ha recogido del conductismo es su metodología científica, aunque renunciando a la utilización predominante de ratas u otros animales en sus trabajos de investigación. En cambio, las llamadas “psicoterapias de tercera generación”, procedentes del modelo cognitivo-conductual no han tenido ningún empacho en tomar bastantes de sus técnicas de intervención de los modelos de psicoterapias humanistas (eso sí, sin nombrarlos). Así ocurre, por ejemplo, con la utilización de determinadas técnicas de actividad imaginaria, o de Mindfulness, de aceptación de la intención positiva del síntoma, etc.
Como es sabido, fueron surgiendo, a lo largo del siglo XX, una larga serie de nuevos modelos de psicoterapia, entre los cuales se encuentran los que pueden considerarse vinculados a la corriente humanista, también denominada existencial-humanista, o experiencial-humanista. Estas últimas denominaciones son debidas a la importancia concedida en algunos modelos terapéuticos humanistas a los problemas existenciales, o a la relevancia de los trabajos experienciales durante las sesiones terapéuticas.
Como elementos del denominador común dentro del pluralismo de las psicoterapias humanistas podemos destacar:
a) El claro predominio de las concepciones holista y sistémica frente a las atomistas y reduccionistas. No se acepta la explicación de la conducta humana a partir exclusivamente de factores elementales como estímulos, impulsos o cualesquiera otros.
b) Se reconoce la libertad de elección y de creatividad, frente a concepciones mecanicistas y deterministas.
c) Se investiga personas con un alto grado de salud mental o autorrealización, y no solo a las afectadas por psicopatologías.
Otro elemento de su denominador común es el rechazo a compartir la vigente sobrevaloración de la importancia de un tipo de metodología científica concebida para las ciencias naturales.
Esta metodología había sido concebida para el estudio de los hechos de los que se ocupan las ciencias físicas, químicas o biológicas, y trata de cuantificar los fenómenos que observa y de identificar variables dependientes e independientes, partiendo de la suposición de que todo puede explicarse según un proceso de causalidad lineal. Hay que tener en cuenta que por aquellos años las metodologías científicas utilizadas en Psicología no habían alcanzado, en sus modalidades observacionales y cualitativas, el rigor y la riqueza de matizaciones con las que puede contemplar en la actualidad los procesos psíquicos humanos (véase Anguera 1981a, 1981b, 1986, 1995).
Esta sobrevaloración de las posibilidades de la metodología científica de los años cincuenta para el abordaje de las investigaciones psicológicas, había dado lugar a advertencias de científicos destacados, como el físico y premio Nobel Heisenberg, cuando afirmaba que consideraba una ilusión la creencia en la posibilidad de observar la naturaleza -en especial la humana- como un objeto externo separado del sujeto, y se lamentaba de que en la Psicología se fomentase esta actitud, cuando en esta ciencia, al tener que utilizar el investigador los mismos procesos cuyos mecanismos y estructura trata de descifrar, la simplificación que puede producirse resulta incomparablemente más grave que en la Física (Rosal, 2001, pp. 24s.).
Los investigadores científicos de la Psicología Humanista respetan los requisitos de la metodología convencional heredada del conductismo, pero solo la consideran aceptable para la investigación de algunos aspectos de las conductas. Comprueban que para otros de los más interesantes, esa metodología resulta inadecuada. Es como ponerse gafas para oír mejor. Por mucho que se logre la graduación perfecta, no se conseguirá mejorar lo que se oye. Como han puesto de relieve algunos investigadores (Charman & Barkham, 2005; Margison et al., 2000), los diferentes paradigmas necesitan métodos de investigación diferentes, que pueden ser complementarios entre sí. Y la Psicología Humanista, necesita para su investigación de unos métodos que sirvan a su específica manera de realizar la psicoterapia.
2. Distintos paradigmas, distintas metodologías
A la Psicología Humanista no le sirve el modelo médico, que es el que convencionalmente se entiende como válido para investigar fenómenos humanos. Y no le sirve porque la Medicina opera en el campo de las Ciencias Naturales, mientras la Psicología opera en el campo de las Ciencias Humanas, también llamadas Ciencias Sociales. Mientras en el primero se busca estructurar los hechos en forma escrupulosamente rígida y objetiva, en el segundo se busca interpretarlos en forma adecuada; mientras en el primero se procura limitar la subjetividad, en el segundo ya da por sentado que como trabaja precisamente con la subjetividad, no puede “demostrar objetivamente” nada, sino formular hipótesis verosímiles.
Hay que tener en cuenta también que la dinámica científica opera en forma distinta en ambos campos:
- En las ciencias naturales hay un paradigma único, que se va enriqueciendo con sucesivas aportaciones, y que si es cuestionado repetitivamente, es sustituido por un nuevo paradigma que integra el anterior.
- En las ciencias sociales pueden convivir varios paradigmas, todos ellos igual de verosímiles, que pueden ir enriqueciéndose cada uno de ellos con sucesivas aportaciones en el seno de cada paradigma, y del diálogo con los otros paradigmas. A. Caparrós, el que fue catedrático del Historia de la Psicología y también rector de la Universidad de Barcelona, y que se refirió siempre con respeto a la Psicología Humanista, sostuvo el carácter pluriparadigmático de la ciencia psicológica (vid. Caparrós, 1978 y 1980). A su aportación se refiere el capítulo titulado El movimiento de la Psicología Humanista y su relación con la Psicología Científica (Rosal, 2001), ampliación de la ponencia presentada en 1981 en el Primer Congreso Nacional de Psicología Humanista, celebrado en Barcelona.
En el ámbito de las ciencias naturales se trabaja con hechos físicos, mientras en el segundo se trabaja con las motivaciones, la conciencia, la subjetividad y la intencionalidad, que no pueden ser susceptibles de observación externa; en el primero se trabaja con experimentos que se pueden repetir con los mismos objetos o sujetos, buscando la posibilidad de generalización. Si tal intervención demuestra ser eficaz - según la evidencia científica- se puede generalizar y aplicar a todas las situaciones similares en la confianza de que será igualmente eficaz.
En el segundo ámbito son irrepetibles, como lo son los sujetos, e incluso los mismos sujetos son irrepetibles en los distintos momentos ya que, como señala William James (1989) como cada experiencia modifica el cerebro, aunque se repita la misma experiencia, esta tiene lugar en un cerebro modificado, por lo que tiene un carácter único. Se puede ejemplificar este hecho con lo que decía Hoffman para la terapia familiar:
Surge entonces esta pregunta: ¿Hay una hipótesis verdadera? Obviamente, algunas son más "verdaderas" que otras [...] El grupo de Milán se enfrenta a este problema citando el Oxford English Dictionary, que define una hipótesis como "suposición hecha como base para razonar, sin referencia a su verdad, como punto de partida para una investigación". [...]
Si es "viable" en el sentido de una suposición sobre la cual basar un experimento, esto es algo que sólo en retrospectiva puede juzgarse, y aún entonces, retrospectivamente. Para el momento en que una hipótesis parezca justificada por el curso de los hechos, la familia presentará una configuración distinta, lo que significa que la hipótesis original debe ser revisada, o aún totalmente suprimida. (Hoffman, 1987, p. 274).
Es más: en el ámbito de la psicoterapia, en concreto, ámbito complejo e influido por la relación interpersonal, el contexto de la investigación cuenta. Y si es una hora tardía, o el investigador tiene cara de cansado, es joven o viejo, se hace la investigación en lunes o viernes (por no hablar de un día de fiesta) etc. son variables que raramente se pueden controlar y que pueden sesgar el experimento. Pero ya de por sí, como dentro de la deontología de la investigación se incluye el dar cuenta al sujeto de que está participando en una investigación, este hecho puede ser muy determinante del comportamiento y las respuestas del mismo, incluso de una manera no consciente. Es por ello que cualquier intento de investigación intencional desde cualquier metodología convenciona en psicoterapia se encuentra en una encrucijada: o falta a la ética (escondiendo su finalidad al sujeto), o falta a la naturalidad del proceso psicoterapéutico y por lo tanto trabaja con una situación falsa. Tan solo a posteriori, y con el consentimiento del sujeto, es factible revisar las observaciones realizadas con menores posibilidades de sesgo en su verificación (del todo, nunca, y de ahí la necesaria complementariedad de métodos psicológicos científicos).
3. ¿Qué significa "evidencia empírica”?
Para comprender otra gran diferencia de lo que significa “evidencia empírica” en las ciencias naturales y en las ciencias sociales, se va a relatar a continuación un ejemplo absurdo.
Imaginemos un experimento que intenta corroborar con evidencia empírica que las piedras caen hacia abajo debido a la ley de la gravedad. Hay una evidencia experiencial, pero ¿alguien se tomó la molestia de comprobar en un laboratorio que las piedras caen? Newton lo explicó, analizó, encontró la fórmula, pero… ¿comprobó esto mediante un experimento de laboratorio que pudiera acreditar su “evidencia científica”? ¿O más bien buscó entender lo que era una evidencia experiencial?
Se puede suponer que, para comprobar que los cuerpos sólidos caen hacia abajo, se aplica el experimento a 35 piedras, de igual composición, forma y tamaño, en contraste con otro grupo igual de piedras idénticas, a las que se deja en el suelo. ¿Qué pasa si al meter a las piedras en el laboratorio cinco de ellas se evaporan? Nos quedan 30 piedras, que constituirán el 100% de los objetos con los que experimentar. ¿Y si además otras cinco, también al entrar en el laboratorio, cambian su forma de una manera inexplicable? Ese aspecto no se va a tener en cuenta pues lo que se mide no es eso. Imaginemos que el experimento da como resultado que de las 30 piedras objeto del experimento, lanzadas desde una altura de tresmetros, 28 caen al suelo, mientras dos no caen y se quedan flotando. Estadísticamente, la evidencia empírica da unos resultados significativos de que de las 30 piedras lanzadas en esas condiciones, 28 caen, por lo que se pueden generalizar sus resultados.
Pues bien: ¿No sería un poco raro osar generalizarlos sin estudiar por qué algunas (aunque pocas) piedras se evaporan en el laboratorio y otras cambian de forma? ¿No sería osado generalizar esos resultados sin investigar qué condiciones hacen que algunas piedras –pocas- no caigan? ¿No sería más interesante, antes que presumir de la evidencia empírica, demostrada científicamente, de que las piedras caen (para lo cual no hacía falta tanto experimento, dada la evidencia experiencial), preguntarse por la estructura subyacente que hace que unas se evaporen o cambien de forma al introducirlas en un laboratorio, y por qué otras no caen, aunque sea -según el método científico convencional- en una pequeña proporción estadísticamente poco relevante (dos sobre 30)?
De acuerdo. Ya se había planteado que ese experimento sería absurdo en el marco de las ciencias naturales. ¿Por qué? Porque las piedras, al meterse en un laboratorio no se evaporan, ni cambian de forma de una manera grosera (aunque Heisenberg, en un nivel sutil, ya demostró al formular el “principio de incertidumbre” que la mirada del investigador, en niveles subatómicos producía cambios, hallazgo por el que recibió el Premio Nobel de Física en 1932). Pero en el marco de las ciencias sociales, tales fenómenos ocurren, y los científicos que en Psicología utilizan el paradigma correspondiente a las ciencias naturales no se preguntan qué estructura subyace para explicar los sujetos que “se evaporan”, (desaparecen del experimento porque lo abandonan); ni por qué tres “cambian de forma” (se adaptan para cumplir el deseo implícito intuido del experimentador); ni por qué dos sujetos “no caen”, es decir, los resultados dan que no siguen igual norma que los otros. Y eso en el marco de la Psicología y la Psicoterapia es la realidad de todos los experimentos científicos. El intento de generalizar los resultados con evidencia científica, y aplicarlos a toda la población, puede ser inoperante o contraproducente para los 12 sujetos que –de los 35- no cumplieron la hipótesis en sentido riguroso, aunque el registro diga que solo dos no lo cumplieron.
Además, mientras se pueden controlar bien la composición, peso y forma de las piedras, de modo que sean prácticamente idénticas, y la altura desde la que se las lanza, no hay dos sujetos idénticos ni una situación idéntica, de modo que no sería posible generalizar los resultados al resto de la población.
Añadamos a esto que el experimento sirve para las piedras equiparables lanzadas desde tres metros de altura. Haciendo un equivalente psicológico, a las personas que obtienen “x” puntuación tras la aplicación de una batería de pruebas. Pero, dada la precisión y rigor científicos exigibles, no se sabe si el resultado del experimento serviría para las piedras lanzadas desde dos o cuatro metros. No hay evidencia empírica de ello. En psicoterapia, la evidencia empírica que aporta la ciencia serviría (en el mejor de los casos) solo para aquellos en que la medida es exactamente la misma que la de la muestra. ¿Y qué pasa con quien no da la medida? ¿Puedo aplicar –de forma poco rigurosa- el tratamiento científicamente evidente para otra medida?
Pero el complejo de inferioridad con el que se desarrolló la Psicología en relación con la Física decimonónica ha hecho que se hayan dedicado muchos esfuerzos de investigadores a intentar demostrar con la metodología de las ciencias naturales obviedades que para el clínico que formula la hipótesis son evidencias constatadas decenas o centenares de veces en su práctica psicoterapéutica. Podrían haberse destinado esa energía y esos recursos al avance real de la teoría clínica de la profesión. Este hecho resulta poco motivador para que el psicoterapeuta investigue con este paradigma, a no ser que sea un profesor universitario de Psicología Humanista, en alguna de las escasas Facultades que la imparten en nuestro país y se le exija publicar.
En psicoterapia no hay dos personas, ni dos momentos, ni dos contextos vitales idénticos. Por ello (además de la propia experiencia y la lectura de casos y experimentos) toca al psicoterapeuta, en el presente del fluir de la sesión terapéutica, utilizar su intuición para decidir qué intervención será eficaz. Esto de la “intuición” parece un concepto poco científico, pero ocurre como con las “meigas”: que, aunque no se crea en ellas “haberlas haylas” J. En realidad se trata de un concepto poco contemplado desde las ciencias naturales y al que los estudios de la Psicología académica ha relegado al cuarto de los trastos (quién sabe si por un sesgo machista ante la connotación que tiene la intuición de “femenina”). Sin embargo, Eric Berne, en sus agudos estudios sobre la intuición (Berne, 2010) pudo concluir cómo, cuando se trata de situaciones complejas (como la simple observación de un rostro humano, ya de por sí muy complejo) la intuición tiene más aciertos que los que derivan de las conclusiones lógicas abstraídas de la observación. La confianza en la aplicación de tales reglas, en lugar de confiar en la intuición, da menos aciertos.
Quizá por haber planteado la investigación sobre la eficacia de la psicoterapia en términos de una metodología que no le era aplicable es por lo que no se encontraron diferencias entre los diferentes tipos de tratamiento (Lambert, M.J. Shapiro, D.A. & Bergin, A.E. (1986); Luborsky, L., Singer, B. & Luborsky, L. (1975). Este hecho sorprendió y sirvió para cuestionar y hacer nacer nuevos métodos de investigación, a fin de hacerlos más adecuados a los paradigmas dentro de los cuáles tenía lugar la investigación. Pero los diferentes estudios llevaban a la misma conclusión: en psicoterapia –a diferencia de lo que ocurre en las ciencias naturales- no es posible la generalización. Al menos por lo que hace a las escuelas y modelos terapéuticos. Por eso la constatación de que no hay un modelo adecuado para todo tipo de persona y problema dio lugar a un enorme interés por la formulación de Paul (1967) de una matriz –tratamiento x terapeuta x cliente x problema– (es decir qué tratamiento ha de ser aplicado, por qué terapeuta, a qué tipo de cliente y en relación con qué problema). Su aceptación significaba “una revelación clara de que los resultados habían ido mostrando que la aplicación incondicional y uniforme de un modelo determinado de tratamiento –independientemente de las variables del terapeuta, del paciente y del problema concreto–, debe ser puesta en cuestión” (Gimeno-Bayón, 2013, p. 222).
Por otra parte, la evidencia empírica ¿qué mide exactamente? Convencionalmente, se trata de dilucidar hasta qué punto cumple los requisitos de “las tres ‘e’”: eficacia, efectividad y eficiencia.
- La eficacia hace referencia al impacto o efecto de una acción llevada a cabo en las mejores condiciones posibles o experimentales. En nuestro sector hace referencia al impacto o efecto de una acción sobre el nivel de salud o bienestar de la población, llevada a cabo en condiciones optimas. Respondería a la cuestión sobre cuál es la capacidad esperada de un curso o acción sanitaria (bajo condiciones de uso y de aplicación ideales) para mejorar el nivel de salud de un individuo o colectivo
- La efectividad hace referencia al impacto que se alcanza a causa de una acción llevada a cabo en condiciones habituales. Se refiere a la posibilidad de que un individuo o colectivo se beneficie de un procedimiento farmacológico o de cualquier práctica médica. En el ámbito sanitario, responderá al análisis del efecto de un curso de acción sanitaria, bajo condiciones habituales de práctica médica, sobre el nivel de salud de un colectivo.
- La eficiencia se refiere a la producción de los bienes o servicios más valorados por la sociedad al menor coste social posible. Responde por tanto a la medida en que las consecuencias del proyecto son deseables desde la perspectiva económica. Supone en resumen maximizar el rendimiento (output) de una inversión dada.
En resumen la eficacia se mide en condiciones optimas, la efectividad se mide en condiciones habituales, y la eficiencia es la única que tiene en cuenta los costes de las inversiones
Como ya se ha visto, el pensar en equiparar las condiciones óptimas a las condiciones experimentales, en psicoterapia es una burda falacia.
Otra cosa es la posibilidad de estudiar la efectividad y eficiencia de las técnicas de intervención concretas. Intervenciones que dan cuenta, según los estudios de Lambert (1986) del 15% del éxito de la psicoterapia. No hay que olvidar que la intervención concreta se da en el ámbito más amplio de un proceso que sitúa y otorga significación a ese cambio. De por sí, la contribución de una intervención aislada efectiva y eficiente no da cuenta del sentido respecto al conjunto, pero es muy interesante a tener en cuenta en el nuevo paradigma de los cambios intrasesión, sobre todo si se da en el marco de una relación terapéutica efectiva y eficiente, como ha mostrado ser la que propone la Psicología Humanista a partir de las actitudes rogerianas (Rosal, 2013). Las múltiples investigaciones que se han realizado en el ámbito de las psicoterapias experiencial-humanistas (p.e., en el marco de la Psicoterapia Integradora Humanista: Also, 2016; Gimeno-Bayón, 1999; Lizeretti, 2009; Oriol, 2014; Rosal, 1997) mostrando su eficiencia, tienen en cuenta el marco relacional, despegadas del cual seguramente estarían abocadas al fracaso o a la disminución de su éxito.
Se podría decir que, en psicoterapia, la evidencia más clara viene dada por la constatación por parte del sujeto que acudió a ella de haber obtenido los cambios que deseaba. Esa es la mejor prueba científica para el psicoterapeuta, en un proceso único, con una persona única y en un momento único de su vida. Todo lo demás son intentos de justificar, con los requisitos académicos del momento (aunque sean equivocados u obsoletos), la maravilla de asistir a esa creación de una nueva y más sana forma de vivir que ocurrió en el paritorio de la sala de terapia.
4.La evolución en el concepto de “evidencia científica”
Como bien señala Cestari (2016), en Psicología se partió de copiar de la Medicina el método de la Práctica Basada en la Evidencia (PBE) para evitar que el médico no se limitase a los hallazgos de su experiencia individual a la hora de planificar un tratamiento clínico, sino que tuviera el apoyo de pruebas científicas objetivas que le guiase a la hora de tomar decisiones sobre la salud física del paciente.
Ahora bien: esa metodología, procedente del ámbito de las ciencias naturales es inadecuada para resolver los complejos problemas del ámbito de las ciencias sociales, como ya se ha comentado.
Las exigencias de investigación para cumplir con lo que pide este método, resultan absurdas dentro del campo de la Psicología Clínica. Veamos: En primer lugar, habría que definir a qué se considera “evidencia”, puesto que no hay un solo criterio de la misma. Vera-Villarroel y Mustaca, señalan, por ejemplo:
Para evaluar los tratamientos, los especialistas usan como herramienta fundamental las publicaciones sobre el tema y determinan su validez en función de los criterios metodológicos pre-establecidos. De ese modo, construyen una base de datos que les permite ir discriminando las terapias más eficientes para cada trastorno e ir creando las listas de tratamientos con apoyo empírico (TAEs)[tratamiento con apoyo empírico] que se difunden en libros y en Internet. De esto se deduce que la elaboración de tales listas es dinámica y depende de la cantidad de trabajos publicados. La mayoría de las publicaciones que se usan de referencia para la elaboración de las listas son de revistas norteamericanas, canadienses e inglesas (ej. British Journal of Psychiatry, Journal of Pediatric Psychology, Clinical Psychological Review y Canadian Psychology). No hay referencias a revistas latinoamericanas. Aunque se supone que las TAEs tienen una validez universal porque se basan en los principios básicos de la conducta, hay que reconocer que es un “supuesto” que debería ser contrastado empíricamente en otros países y aumentar así el grado de generalidad de los tratamientos. Algunas diferencias culturales entre los países podrían influenciar cuándo se aplican (Vera-Villarroel & Mustaca, 2006, p.553).
Bien, si el criterio de la evidencia empírica es la cantidad de publicaciones, se puede llegar a la conclusión –que no parece demasiado lógica- que el PBE hace más eficaces las terapias en inglés, o las que predominen en países de ese habla, puesto que hay más trabajos con apoyo empírico en inglés. Y ya se sabe, como advierte Corey (1995) cómo los diferentes modelos terapéuticos son más o menos apropiados para las distintas culturas.
Aquellos autores destacan también como “un importante intento para evaluar a las terapias psicológicas en EE. y Canadá” la creación de unas guías con la colaboración y auspicio de la División 12 (Psicología Clínica) de la Asociación Psicológica Americana APA” en las que se medía la eficacia de “un tratamiento”
a través de tres criterios: a) existencia de al menos dos estudios rigurosos de distintos investigadores que demuestren superioridad al tratamiento farmacológico, al placebo o a otro tratamiento, con diseño experimental intergrupal de un N = 30 por grupo como mínimo, o una serie de estudios de caso único (9 como mínimo); b) contar con un manual de tratamiento; y c) los sujetos a prueba deben estar claramente identificados en función de un manual, como el DS-IV (Echeburrúa & Corral, 2001; Hamilton & Dobson, 2001) (Vera-Villarroel & Mustaca, 2006, p.552s.).
Para un modelo, como el experiencial-humanista, que se centra en el tratamiento idiosincrásico, que pone énfasis en la especificidad de cada ser humano y de cada proceso terapéutico (que excluye los manuales estandarizados que tal metodología reclama, con operaciones-recetas al estilo médico) y la relativización del diagnóstico clásico (como el DSM), el reto se convierte en imposible, si no quiere traicionar sus principios de deontología profesional de operar en bien del protagonista de la terapia, y su convicción de que aquel diagnóstico no hace equiparables a las personas. Como señalan Feixas y Pucurull “se toma la categoría diagnóstica como elemento organizador clave, como si todos los sujetos que ‘comparten trastorno’ fueran homogéneos, únicamente por ese motivo (2012, p.4.)” (Cit. en Cestari, 2016, p. 4). Ciertamente, si se comparan grupos de 30 personas como mínimo, hay más probabilidades de sacar conclusiones, pero solo eso, probabilidades, no evidencias (con personas de la misma cultura). Los graves problemas, tanto metodológicos como éticos, dificultan las posibilidades de aplicar con honestidad el paradigma PBE a la investigación en Psicología Humanista.
De todas formas, esta metodología de investigación, aplicado a la psicoterapia, ya ha sido criticada por autores como Feixas y Pucurull que, muy acertadamente, señalan:
Aunque el paradigma mencionado (PBE) tiene sus múltiples utilidades, una de la críticas más importantes que podemos encontrar es que por su construcción o control artificial de variables a la hora de obtener la información, los resultados obtenidos en las investigaciones realizadas en contexto clínico, se alejan de las condiciones auténticas con las que los terapeutas se encuentran a diario, porque este tipo de estudios al azar, no reproducen las verdaderas condiciones que existen en un contexto psicoterapéutico. (Feixas y Pucurull, 2012) (Ibidem, p. 11).
Es por ello por lo que surge un nuevo paradigma de investigación: la Evidencia Basada en la Práctica (EBP):
El paradigma de la EBP se basa en un uso cuidadoso, prudente y explícito de la evidencia obtenida en el encuadre de la práctica, tomando decisiones acerca de la atención a cada paciente como individuo. Esto significa integrar diferentes aspectos como ser la pericia clínica del terapeuta, la alianza terapéutica y las medidas de resultados obtenidas en la práctica misma (Margison y cols., 2000; Barkham y Margison, 2007). (Ibidem,p. 15).
Este paradigma es más partidario de prescindir de la “eficacia universal” (en la que no cree) y centrarse en la efectividad de determinadas intervenciones:
La efectividad, elemento del paradigma de la EBP, se refiere a aquellas investigaciones cuyo diseño otorga un gran poder de generalización en sus resultados, ya que los mismos son obtenidos en la práctica clínica in situ (Feixas y Pucurull, 2012). Estos autores plantean que el enfoque de la EBP se encamina a mostrar cuales son los procedimientos que funcionan en la mejora de la calidad de la atención en situaciones prácticas de la vida real.
Este paradigma se sustenta en la evidencia que no es posible obtener con otros modelos de investigación, ya que centra la adquisición de datos en lo que sucede en la clínica real, y a partir de esta saca sus conclusiones (o sus posibles hipótesis). (Ibidem, p. 15).
El problema de este paradigma de investigación es, lógicamente, que para poder llegar a una generalización, se requieren una ingente cantidad de investigaciones (cualitativas, de caso único) en la misma dirección y coordinadas entre sí, lo que requiere una infraestructura propia de la salud pública, en la que la constatación del psicoterapeuta particular de la efectividad de determinados procedimientos, se pierde. En el caso de las psicoterapias humanistas, dada la poca receptividad de las instituciones públicas respecto a la misma, la demostración se vuelve imposible en la práctica, aunque el terapeuta, por decencia profesional, las aplique (puesto que está convencido de una efectividad que ha constatado en multitud de casos).
Es por ello que los autores propugnan combinar los paradigmas PBE y EBP para poder garantizar un mayor conocimiento de las intervenciones terapéuticas más adecuadas. Insistiendo en que no se trata de modelos, de los que hasta el momento no tenemos constancia de la superioridad de uno sobre otro, salvo el estudio de Lizeretti (2009) acerca de la superioridad del modelo de Psicoterapia Integradora Humanista sobre el cognitivo-conductual para el tratamiento de la ansiedad.
5. El surgimiento de un nuevo paradigma
Los psicólogos humanistas tienen presente que hace ya unos decenios se viene reclamando un nuevo paradigma epistémico para poder investigar esos procesos más complejos.
El gran físico Erwin Schrödinger, Premio Nobel por su descubrimiento de la ecuación fundamental de la mecánica cuántica (base de la física moderna), considera que la ciencia actual nos ha conducido por un callejón sin salida y que «la actitud científica ha de ser reconstruida, que la ciencia ha de rehacerse de nuevo» (1967). […] Ilya Prigogine, por su parte, afirma que “estamos llegando al final de la ciencia convencional»; es decir, de la ciencia determinista, lineal y homogénea, y presenciamos el surgimiento de una conciencia de la discontinuidad, de la no linealidad, de la diferencia y de la necesidad del diálogo” (1994, pág. 40). Desde la década de los años cincuenta en adelante, se han replanteado en forma crítica las bases epistemológicas de los métodos y de la misma ciencia (Martínez Miguélez, 2004, n.1.).
Ya en el año 1955, el ilustre astrofísico Julius Robert Oppenheimer, sucesor de Einstein en su puesto en el Institute For Advanced Studies, habiendo sido invitado a participar en el encuentro anual de la APA (American Psychological Association), la más importante asociación científica internacional de la Psicología, advirtió al colectivo de psicólogos que “el peor de todos los posibles errores sería que la psicología fuera inducida a modelarse a sí misma sobre una física que ya no existe, que ha quedado completamente superada en el tiempo” (1956, p. 134, cit. en Martínez Miguélez, 2003, n. 4).
Los mismos físicos-filósofos que crearon la física moderna se debatieron en las primeras décadas de este siglo con este problema, al constatar que no podían conceptualizar la realidad del átomo sin estudiar a fondo la acción del observador sobre el objeto percibido (Ibidem, n. 9).
Conscientes de las limitaciones de la metodología científica convencional –aunque reconociendo su validez para algunos objetos de investigación- los científicos de la Psicología Experiencial-Humanista iniciaron, ya en los años ochenta del siglo pasado, propuestas para un nuevo paradigma epistemológico. Se puede destacar, entre ellas, la obra colectiva de Reason y Rowan (Eds.) (1985) Human Inquiry. A Sourcebook of New Paradigm Research, con aportaciones de J.Heron, G.W. Allport, R. Harré, W.R. Torbert, S. Reinharz y M. Maruyama, entre otros. En cuanto a las aportaciones de Rice y Greenberg y colaboradores (Rice & Greenberg, 1984) del nuevo paradigma de investigación, han podido ya superar en algunos sectores académicos la fase de acogida, en especial respecto a interés prioritario por la investigación del proceso terapéutico y de los “episodios de cambio” y de centrar la atención de la actividad mental o mecanismos psicológicos específicos experimentados por el paciente en los “acontecimientos de cambio intrasesión”.
Por nuestra parte, nos acogemos a los requisitos de este nuevo paradigma de investigación, que nos resultan más aceptables y adecuados para el marco de la Psicología Humanista y que podemos resumir en los siguientes puntos:
- Se trata de una investigación cooperativa, en la línea de lo reclamado entre otros por Heron (1981a): "En la forma completa de este enfoque, no sólo será el sujeto plenamente un coinvestigador sino que el investigador será también un cosujeto, que participa plenamente en la acción y experiencia que ha de investigarse" (Heron, 1981a, p.195).
- La capacidad de alcanzar una elevada calidad de conciencia, por parte del psicoterapeuta y del investigador es un requisito para la validez de una investigación según proponen, p.e., Reason (1981), Heron (1981b), y Maslow (1966). Reason y Rowan establecen ocho principios para garantizar la validez en la investigación del nuevo paradigma, relacionándose los dos primeros con esta cuestión. Los formulan con estos términos:
Una investigación válida se apoya sobre todo en una conciencia de alta calidad por parte de los coinvestigadores (Reason y Rowan, 1981, p.245).
Dicha conciencia de alta calidad sólo puede mantenerse si los coinvestigadores se implican en algún método sistemático de desarrollo personal e interpersonal (Ibidem, p.246).
Sin haber vivido la experiencia de profundizar en el propio autoconocimiento y sin algún tipo de trabajo personal sistemático que haya facilitado entrar en contacto con procesos internos inconscientes, estos autores consideran difícil alcanzar la capacidad de atención y de conciencia requerida para una investigación válida sobre los procesos psicológicos de otros sujetos.
Maslow se refiere también al peculiar estado de la mente, que requiere el terapeuta y el investigador, para comprender lo que ocurre en la mente de estos sujetos. Solamente este peculiar modo de atención puede ser fiel al enfoque holista –en contraposición a reduccionista– requerido por el nuevo paradigma. Con su lenguaje más bien informal y exagerado, lo resume en estos términos:
Todo clínico sabe que en el proceso de conocer a otra persona es mejor mantener su cerebro fuera del camino, y escuchar de forma total, encontrarse totalmente absorbido, receptivo, pasivo, paciente, y expectante más bien que apremiante, rápido e impaciente. No ayuda estar midiendo, preguntándose, calculando o probando nuestras teorías categorizando o clasificando. Si su cerebro está demasiado ocupado, usted no puede escuchar y ver bien. El término de Freud atención flotante describe bien esta clase de conocimiento de otra persona que no interfiere, global, receptivo, que espera (Maslow, 1966, cit. por Rowan, 1981, p.83).
- El conocimiento experiencial es requerido, en la ciencia del nuevo paradigma, como complemento del conocimiento proposicional y del conocimiento práctico. Tanto Heron como Reason lo reclaman, como también Harré, Rowan, Torbert y Reinharz, entre los autores que colaboran en la obra ya citada de Reason y Rowan (1981):
Conocimiento experiencial es conocer una entidad –persona, lugar, pensamiento, proceso, etc.– en un encuentro e interacción cara a cara. Es conocer a una persona o cosa a través de un trato prolongado. La investigación empírica, precisamente porque es empírica, requiere necesariamente cierto grado de conocimiento experiencial sobre las personas y objetos sobre los que trata la investigación. Las conclusiones del investigador son proposiciones sobre personas o cosas de los cuales él o ella ha tenido un conocimiento experiencial a través de un encuentro directo (Heron, 1981b, p.27).
De los principios de Reason y Rowan, ya citados, para la validez de la investigación, el quinto contiene también esta reclamación: "La investigación válida implica una interacción sutil entre diferentes formas de conocimiento" (Reason y Rowan, 1981, p.249), en la que se refiere al logro de un conocimiento más "denso" y más "sustancial" cuando incluye las cuatro formas de conocimiento experiencial, práctico, presentacional y proposicional. Torbert subraya también este requisito con particular énfasis:
De acuerdo con el nuevo modelo de investigación, un sistema de actuación que no se ocupe de un estudio de sí mismo experiencial no puede ni producir ni reunir datos válidos debido a las incongruencias no examinadas en el interior de su experiencia. Tal sistema distorsionará los datos tanto de forma deliberada como sin querer y resistirá procesar un feedback que identifique las incongruencias (Torbert, 1981, p.150).
El requisito del conocimiento experiencial, e incluso la preferencia del mismo, en este nuevo paradigma, no margina el tipo de conocimiento en el que se ha centrado la ciencia occidental: "Mi tesis es que este conocimiento experiencial es prioritario respecto al conocimiento verbal-conceptual pero que están integrados jerárquicamente y necesitan uno del otro" (Maslow, 1966, cit. por Rowan, 1981, p.87).
Estos tres elementos que hemos destacado aquí, entre los que constituyen requisitos de la investigación en el nuevo paradigma, han formado parte de nuestra manera habitual de abordar el trabajo terapéutico e investigador de toda sesión clínica. En ella consideramos importante ejercitar un trabajo como coinvestigadores y cosujetos, atender con la máxima receptividad posible con actitud holista, y disponer de una vivencia experiencial previa de los trabajos propuestos a la vez que facilitamos nosotros mismos cierto grado de actitud experiencial en el transcurso de la sesión (Rosal y Gimeno-Bayón, 20013, pp. 26-28).
Y con independencia del paradigma de investigación empleado, si tan pseudociencias son las psicoterapias humanistas, difícilmente se explican el certificado del catedrático de Historia de la Psicología de la Universidad del País Vasco, doctor José María Gondra y la credencial de la Exma. doctora María Teresa Anguera, ex-catedrática de Metodología de la Investigación de la Universidad de Barcelona (de la Real Academia Europea de Doctores), valorando y elogiando la calidad científica de los programas y profesores de nuestro Instituto Erich Fromm de Psicoterapia Integradora Humanista, expedidos, respectivamente, el 5 y 28 de julio del ya lejano 1990, que obran en nuestro poder, así como nuestra competencia y contribución a la difusión de la más moderna Psicología aplicada.
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